martes, 4 de enero de 2011

Capítulo 16


[][][]Un clavo saca a otro clavo. Normalmente se elige la opción más próxima y sencilla. En esta ocasión no es distinto. El amor es una cosa de dos, si uno no quiere querer el ser humano tiende a intentar evadir el amor no correspondido y buscar otro para corresponderlo.[][][]

No podía ser real, con todo lo que ha luchado por no ser de hielo y ahora tiene que esconder de nuevo sus sentimientos. Recordaba el día que se declaró a Diana con mucha claridad, también recordaba todas las semanas que vinieron después, todas las horas, recordaba todo el verano que pudo haber disfrutado con ella y no disfrutó por no estar con ella. Fingía estar alegre, como si nada hubiese pasado, pero al llegar a su casa se desahogaba. Tenía muchas ganas de volverla a decir todo lo que la quería, aun que sabía que no debía hacerlo. Fingía haberse olvidado de todo, fingió no sentir nada más ya por ella aparte de amistad.

Hace tres meses, más o menos, cuando se declaró, tenía miedo a que le rechazase, pero nunca pensó que lo hiciera de verdad. Pensaba que podría haberle dado una oportunidad, que al final no fue. No pensó que le pudiese rechazar sin ninguna razón, solo con la escusa de no estar preparada, solo con la buena imagen de pedirle disculpas por rechazar su oferta. La odiaba por no haber aceptado a salir con él, pero no podía enfadarse con ella, tampoco lo odiaba, en realidad lo que le pasaba era que no encontraba razones para haberle dicho que no, aun que tampoco se las pedía, tampoco quería remover el pasado.

-¡Germán! Resume a la clase el texto que acabo de leer- Era Casilda, la profesora de sociales.

Casilda era una profesora que no estaba por encima de los sesenta años, pero que los aparentaba. Daba clase de ciencias sociales a todos los alumnos de la ESO. No era la profesora que peor le caía, pero tampoco le tenía simpatía, simplemente era una profesora más. Tenía un pelo rizado y teñido de castaño para que no se le notase las canas que pretendía esconder. Estaba llena de arrugas por todas partes y por la estrechez de sus brazos no parecía tener demasiada fuerza.

En esos momentos no estaba atendiendo a las explicaciones de Casilda, estaba a otras cosas. Diana se sentaba justo delante suyo. Ella era la nueva de clase. Durante el verano le explicó que iría a ser nueva en un colegio que, casualmente, era el suyo, le dijo que venía de vez en cuando por esa zona, que antes estaba en otro centro donde, desde muy pequeña, conocía a su mejor amiga: Gema. Gema se quedó en aquél instituto y ella se mudó a un nuevo chalet, y con él se trasladó a otro centro.

No sabía ni por donde se llegaban. Se dio cuenta que no encontraba en la misma página que sus compañeros.

-Veinticinco- Le susurró Juan al verle perdido.

Juan, su mejor amigo, se encontraba en su misma clase, aun que se conocieron en un pequeño pueblo cacereño que compartieron durante un par de años. Por fortuna se trasladaron casi en el acto ambos al mediterráneo. Los padres de ambos, sabiéndose de su amistad, hicieron que coincidiesen en el mismo colegio y clase. Juan siempre llevaba una ropa una o dos tallas por encima de la que debería y una gorra de medio lado que a la entrada de clase el director se encargaba de confiscarle hasta su salida.

-La próxima vez estate más atento en clase o me veré obligada a echarte de esta- Concluyó desesperada y dándose por vencida.

En esos momentos sonó la campana que invitaba a los alumnos de la ESO a salir al recreo. Los alumnos de su curso: cuarto, tenían dos opciones, podían salir al patio o dirigirse a la calle. Todos salimos a la velocidad del rayo de clase sin atender a los últimos deseos para el fin de semana de la profesora.

Ya llevaba dos semanas de clases con deberes atrasados y con clases perdidas. No era un chico muy puntual y últimamente se había convertido en un vago redomado. A tales circunstancias llegó que su tutora no tuvo más opción que castigarle ese día sin salir del recinto, así que en esa ocasión se despidió de sus amigos en la puerta a la libertad y se dirigió al patio, allí se encontraba una cancha donde solían jugar al baloncesto, en ocasiones que tenían balón, los alumnos de tercero, aun que también dejaban jugar a la gente que lo desease. Germán decidió preguntar si él podía jugar. Al tener más edad que cualquiera de los que había en la pista le pusieron en el equipo de los que, por estadística, siempre perdía. Se dio cuenta de que no echaron a dedos, si no que ya tenían un equipo establecido, a él le pareció que era el curso de tercero A contra el B, pero no quiso apostar nada porque también había chicos de otros cursos inferiores. Encontró equipos mixtos en ambos lados de la cancha.

-Hola.

Le hablaron desde atrás, era una voz femenina, dulce y suave, aquella voz le resultaba muy familiar. Giró sobre sus talones para ponerse de cara a su interlocutora. Su voz parecía sonarle, pero, por el contrario, no se acordaba de haberla visto antes en ningún otro lugar. Era rubia, de ojos azul claros, parecía tener unos quince años y tenía una carita angelical. Ella era muy sexy, aun teniendo el uniforme del colegio puesto. Vestía con un pantalón negro de tela y una camiseta de manga larga azul marina. El sol reflejaba en su pelo y brillaba en el cielo despejado.

-Hola- Contestó.
-¿Me recuerdas?- Al ver su expresión decidió contestar antes de que respondiese- Te llamé hace unos meses para preguntarte si podías quedar.
-¡Ah! ¡Verónica! ¿Cómo estas?
-Bien.

Se saludaron con dos besos.

-¿Eres nueva en este colegio?
-Soy nueva en esta ciudad.

Un chico de su equipo le llamó la atención para que fuese al centro a saltar, ya que era el más alto. Él accedió sin replicar. Quien tiró hacia arriba el balón era una chica de pelo castaño que jugaba con el otro equipo. Parecía ser muy pequeña, él creía que era del primer o segundo curso. Se le quedó mirando, se sonrojó, sonrió, bajo la vista y lanzó el balón. Lo lanzó muy bien, ajustado al centro y alto, muy alto. Para cuando bajó no se lo esperaba, saltó tarde y perdió el balón, pero siguió luchando por tener la posesión del balón y rectificar su error. Finalmente consiguió recuperar la pelota, pero tenía mucho campo por delante y nadie bajaba a ayudarle. Decidió seguir adelante. Regateó a uno, a dos, de la forma más simple y, con una finta, a un tercero, no pudo regatear a nadie más, de modo que tiró a canasta, rebotó en el aro y callo al suelo. Intentó coger el rebote, pero lo tuvo imposible.

-¡Bien hecho! pero me podrías haber pasado.

Era Verónica, que le estaba gritando desde un poco más atrás de donde estaba en esos momentos. No se había percatado de que se encontraba allí, le pidió disculpas con un gesto de mano y fue en sprint hasta donde en esos momentos estaba la pelota. Intentó recuperar el esférico por todos los medios, pero no lo consiguió y el otro equipo logró encestar la pelota de baloncesto.

En la siguiente jugada se quedó atrás porque estaba exhausto, pero logro reponerse pronto y cuando el otro equipo la recuperó de nuevo, él corrió a robarle la posesión a quien la tenía. En esta ocasión lo consiguió. Esta vez, en lugar de ir corriendo y regateando a la gente, miró a quién tenía para apoyarse y pasar el balón. Encontró a Verónica a la altura del centro del campo que le apremiaba para que la pasase. Lo hizo, la pelota dio un bote antes de llegar hasta ella. Cuando llego hasta ella, no pudo evitar ver como cogió la pelota ni como esta se estrelló en sus pechos haciéndolos botar levemente. Verónica cogió la pelota y parecía que se disponía a lanzar desde allí, se puso en posición de lanzamiento y tiró a canasta. Fue volando hacia su objetivo, chocó en el recuadro del tablero y se metió. Él no se lo pudo creer. Al ver como el resto del equipo se dirigía a felicitar a la chica, él no fue para menos y también fue a felicitarla. Ella al verle caminar en su dirección dio dos pasos firmes al frente y, para sorpresa del chico, lo abrazó con fuerza.

Hace un rato que estaba pensando el pedirle salir. Ella parecía estar muy pendiente de él y a lo mejor... sí, ¿por qué no? No puede vivir para siempre con un amor no correspondido y ¿qué mejor método para olvidarse de lo que siente abriendo ese sentimiento a otra persona?

-¿Verónica?- Se soltó de sus brazos- ¿Puedo preguntarte algo?
-Claro.
-¿Quieres salir conmigo?- La pregunta fue clara y directa, sin opción a un mal entendido.
-Pero ¿salir... salir?- Parecía sorprendida e ilusionada.
-Sí, como pareja.- Hizo una pausa- ¿El sábado te viene bien?
-Sí. Perfecto. Eh... Bien.- Contesto aún con la sorpresa en el cuerpo y el corazón latiéndole a mil por hora- ¿Dónde y cuándo?- Parecí muy nerviosa.
-¿Te parece bien en el cine Las Velas a las seis?
-Sí. Perfecto- Hablaba deprisa.

Sonó el timbre nuevamente como aviso a todos los alumnos para que regresasen a sus clases.

-Bueno... debo subir a mi clase. Hasta entonces.- Se despidió.
-Sí. Claro. Hasta la vista.

Por un momento se olvidó de sus amigos. También se olvido, por una fracción de segundo, de lo que sentía hacia otra persona. Una persona que se hacía pasar por una amiga suya, pero que el intentaba lograr que fuese algo más. Sabía que lo mejor para todos era olvidar lo que sentía por ella, y no vio mejor opción que empezar a salir con otra chica. Él lo tenía claro. Germán solo estaba enamorado de Diana, pero ¿quién sabe si dentro de unos días olvida ese pequeño detalle? Ahora lo que tendría que pretender es hacer creer a sus amigos, a ella, a Verónica y a sí mismo era que solo estaba enamorado de Verónica y de nadie más. Tampoco era tan difícil, ¿no había hecho creer en esos meses que lo único que sentía hacia Diana era amistad? ¿qué tendría de especial hacer creer que quería a otra persona? Lo que él no sabía eran las consecuencias que llevaría el haber tomado esa decisión.