sábado, 27 de noviembre de 2010

Capítulo 10


Lloró y lloró sobre la almohada de su cama ya mojada. Su habitación no era excesivamente grande, o al menos no la consideraba así, tenía una mesa de estudio que se colocaba enfrente de la ventana, a la que él llamaba, de vigilancia, porque desde allí se veían con mucha claridad los barcos que zarpaban desde el puerto y los que ya estaban en la mar, el escritorio estaba a rebosar de objetos que no venían a cuento, como discos Pignoise o platos de cocina que aun no los había llevado a fregar, a mano derecha se veía, como elevada en el aire, una estantería bastante larga de un solo apoyo, donde reposaban al rededor de cincuenta libros de todo tipo de tamaños y géneros. La cama se encontraba justo a la derecha de la puerta que se encontraba a unos diez metros por detrás de la mesa y que al abrirse ocultaba tras de sí la cabecera de la cama, donde estaba llorando sin descanso en ese instante.


A poco de dormirse entre lágrimas de amor, su móvil empezó a sonar encima de la mesa, al principio pensó que podría ser Diana para disculparse, pero se dio cuenta de que no tenía su número y descartó esa opción, después pensó que podría ser su amigo, "si será, lo más seguro" pero no tenía ganas de hablar en ese instante de lo ocurrido y a su vez disculparse por no haberse despedido de nadie. Decidió dejar morir aquella canción de Pereza que en esos momentos solo le parecía sonido sin sentido, al cabo de aproximadamente cinco minutos volvió a sonar, en este caso tuvo la misma elección que en la llamada anterior.


Finalmente, poco a poco, se le fueron cerrando los ojos, deseando que nada de lo que había pasado aquél día hubiese ocurrido en la realidad. Sabía que aquella noche soñaría con ella, con los recuerdos a través del cristal, con la hija del dios Júpiter. También sabía que al día siguiente no se levantaría de la cama ni para comer, y así fue, al siguiente día no se levantó ni para mirar por la ventana en busca de su amor imposible al que seguía llorando, ni siquiera se levantó a coger el móvil, que sonó incesante durante otras nueve veces aquél día.


A los dos días tuvo la fuerza de voluntad de ir a tomar algo a la cocina, pero seguía haciendo caso omiso a Pereza, como si no existiese, tampoco paraba de ahogarse en su propio llanto cuando sus padres no estaban presentes en aquella casa. En este día el móvil no sonó más que ayer, alrededor de unas tres veces.


Tres días después de aquella noche tan desastrosa, creyó encontrarse mejor y se dispuso a mirar por aquel vidrio transparente que ya estaba acostumbrado a que Germán le clavase los ojos para que pudiese ver el reflejo del mundo a través de él. No vio a nadie. Nada, todo desierto. Derecha. Izquierda. Nada de nada. En estos quehaceres estaba cuando le sobresaltó por enésima vez su móvil, su mirada se dirigió hacia la pantalla parpadeante que se presentaba enfrente de sus ojos, antes de que finalizase la llamada descubrió que no era ningún número que conociese y se sorprendió, "a lo mejor es Diana, que ha pedido a Juan mi móvil" pensó. Al terminar la llamada, en la llamada descubrió leer en la pantalla que tenía quince llamadas distintas, dos de ellas de Juan y las otras de un número que no le sonaba de nada. Decidió esperar a que aquél extraño número que se había adueñado de sus llamadas perdidas volviese a llamar. Tuvo que esperar unas dos horas la llamada pensando que sería Diana, pero al cogerlo se desvaneció la ilusión inducida desde ese día.


-Hola- Era una voz dulce y suave, era una voz de chica, pero no se correspondía a la de Diana, ese flácido sonido parecía tener un matiz entristecido, pero a su vez, también, efusivo.

-Hola, ¿te conozco de algo?

-Sí, pero no creo que te acuerdes de mí,- Tenía la sensación de que la pregunta que le formuló no fue plato de gusto para la chica.- nos conocimos en el botellón, hace tres días.

-Ah...


No tenía ni fuerzas ni ganas de recordar ese día, pero hizo un esfuerzo. Hace tres días fue su cumpleaños y su amigo le llamó para darle una sorpresa que resultó ser el presentarme a Diana y a otra chica de quién en esos momentos no se acordaba del nombre, pero no podían ser ninguna de las dos porque no las conoció en ningún botellón. Recordaba haberse puesto un poco ebrio en un botellón, pero no se acordaba de nadie con quien hubiese hablado en él a excepción de una chica a quién dio su número telefónico, "sí, será esa chica, pero ¿cómo se llamaba?". Sabía que su nombre empezaba por V, "V..., ¿Victoria?, ¿Vanesa?, ¿Verónica?. ¡Eureka!, Verónica".


-¿Verónica?

-¡Sí!- Lo dijo con mucho entusiasmo.

-No has dejado de llamarme desde aquél día. ¿Qué querías?

-Nada, solo me preguntaba si querías quedar para salir, solo para conocernos más...- Aclaró.

-Lo siento, me quedé resfriado aquél día.- Mintió- Cuando pueda ya te llamaré, tengo tu móvil.

-Trato hecho, pues hasta entonces.

-Chao.


Al tiempo de colgar volvió a echar una mirada por la ventana. No podía ser cierto, estaba allí, nuevamente, pero esta vez más abrigada. De pronto la cabeza le empezó a doler con la fuerza de un volcán. No tenía ni idea de lo que debía hacer. No sabía si bajar e intentarlo de nuevo o dejarlo estar, olvidarse de ella y quedar con su amigo para desahogarse e intentar resolver dudas. Decidió no hacer nada y tumbarse en su cama, volviendo a llorar, todo lo que había mejorado su corazón en los últimos tres días se a roto con la presencia de Diana tras el cristal, todas las preguntas y dudas resueltas al cabo de esos últimos días se habían vuelvo a formular con más fuerza que nunca. ¿Qué debía hacer?

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